martes, 7 de octubre de 2008

Lo sé

Mientras ella se acurrucaba para dormir como siempre, dándole la espalda, notó como su mano acariciaba su hombro, y bajaba por su brazo. Con un poco de pereza, se dio la vuelta, pasándose una mano por el ojo.
-¿Qué quieres?
-¿Te vas a ir a dormir sin darme un beso de buenas noches? Incluso en la oscuridad, conocía perfectamente la sonrisa que le dedicaba, mientras empujaba suavemente de su brazo para que se quedase tumbada boca arriba, a su lado.

Una sonrisa cruzó también por la cara de ella. -Anda, ven aquí, dijo, tomándole la cabeza por la nuca. El descendió encantado, besándola con suavidad, con la boca solo ligeramente abierta. Era su forma de mostrarle que, aunque había interés, anteponía sus deseos a los que él albergaba. Tras besarla, con su mano apoyada en su vientre, comenzó a bajar de sus labios a su cuello, con suavidad.

-¿Ves? decía, entre beso y beso. La culpa... es... tuya... su mano había desabrochado el botón inferior de su pijama, y las yemas de sus dedos jugaban con su costado, subiendo y bajando con mucha ternura. Si no besases tan bien... los labios bajaban ahora por el esternón, cada beso era largo e intenso. ...yo no sería un adicto...

Otro botón estaba libre, mientras sus caricias se volvían cada vez más osadas. Recorría su cuerpo con seguridad. Las yemas de sus dedos acariciaron la parte más baja de su pecho, pero no llegaron más allá. No. Aun no. Ella susurró un leve "aha" mientras movia su cabeza a un lado, dejando bien visible su cuello. Pero los labios de él ya había llegado casi al último botón que le separaba de tener aquel cuerpo blanco y suave en sus manos. Sus manos se aferraban a su costado, con fuerza, mientras la besaba una última vez, justo entre sus pechos.

El botón que faltaba no se desprendió con la suavidad que los otros, fue casi arrancado. Los labios de él comenzaron a besar su torso, para ir desplazándose hacia el pezon de la derecha, mientras su mano se aferraba al fin a acariciarle el otro. Las piernas de ella se removían un poco, mientras sus manos acariciaban su cabeza, su espalda, todo lo que podía.

De repente, él levantó el rostro, y la miró en la oscuridad. ¿Sabes que te quiero, verdad?

Ella le devolvió la mirada. La mirada de aquellos ojos castaños en los que podía leer aquella mezcla de deseo, de picardía, pero en los que a veces, cuando se quedaban mirándose sin hablar, descubría una ternura que siempre la emocionaba. Tomó su cuello con suavidad, y lo atrajo hasta sus labios, para besarle, lenta, profundamente. Para darle todo lo que sentía en aquel beso, en aquel instante.

-Lo sé.