viernes, 28 de diciembre de 2007

Felíz Navidad

El hilo musical era muy tenue en el supermercado, pero aún podía oír unos acordes de jazz suave. No había mucha gente en el super, y podía pasear tranquilamente entre los pasillos de galletas y conservas. Dejó su cesta en el suelo y estiró la mano para coger las galletas Digest de chocolate. Solo un segundo, por costumbre. Después la bajó y volvió a coger la cesta. Sonrió para sí. Justo cuando crees que te has acostumbrado...

Tarareaba para él mismo, la suave tonada de jazz le hacía compañía. Ya era un experto en las compras, o al menos ya se sabía los pasillos. La función hace el organo, que decían en Ciencias Naturales. Y en sus últimos meses Carolina no podía salir de casa. Apenas caminar. Así que había tenido que aprender. Que remedio. Como pudo y fingiendo seguridad. Un resumen perfecto de los últimos meses que había compartido con el único amor de su vida.

Tras pagar las compras, salió y se dirigió a la tintorería. Silbaba la melodía, contento. Había pasado casi una vida desde que Carol murió. El cancer la devoró viva, apenas dejándola en los huesos. Como ella le suplicó, pudo morir en su apartamento, tan pequeño tan frío. Pero tan parte de ellos como ellos mismos. Es curioso como, cuando se le escapó su vida, parecía tan... plácida. Lloró. Nunca había llorado tanto. Incluso ahora, meses después de su muerte, la cicatriz en su alma seguía, impasible e inamovible.

Pero tampoco se sentía solo. No realmente. La conocía tanto, era tan real en su cabeza. Podía escucharla, casi. No es que hubiese perdido la chaveta. Pero sabía lo que le diría. Siempre lo sabía.
-No estés triste, amor. Hay que tirar para adelante. Sé feliz. Por mí. ¿Lo harás?

Lo intentaría.

Cuando salió de la tintorería, levantó la vista. El sol salía tras una nube invernal, y le daba en la cara. Le daba calor, y un poco de pena.

-Feliz navidad, cariño.- Le dijo a nadie.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Monstruo

Después de que el orgasmo recorriese su cuerpo, haciendo que durante un dulce segundo su mente quedase en blanco. Después de dejarse caer sobre las sábanas, y sentirlas frías contra su piel sudada. Después de que la morena (¿Como coño se llamaba? ¡Joder!) se acurrucase sobre su pecho, mientras normalizaban sus respiraciones. Después de todo ello, el primer pensamiento que cruzó su mente fue: -Soy un monstruo.

-Eres un fiera, ¿lo sabías?- La chica morena le miraba a los ojos, con una mezcla de dulzura y deseo. No se había dado cuenta de que llevaba un rato mirando al techo. La miró a los ojos, dulcemente. -Pues tu eres una diosa. Y la besó en los labios, con ternura. Apostaba la cabeza a que no estaba acosumbrada a que la tratasen así. Se le notaba que se había pasado la vida entre tíos problemáticos, por decirlo de alguna manera. Ella volvió acurrucarse en su pecho. Como lo hacía su novia, después de hacer el amor.

Sin embargo, cuando Elena y él hacian el amor no era tan enérgico, tan animal. Era algo pausado, familiar. Cálido. Con las demás, líos de una noche en ciudades anónimas, era de otra forma. Más salvaje, más apasionado. Más variado y sorprendente. Más nuevo. Pero más vacío, más... estúpido.

Su primera infidelidad fue hace unos tres años, con una antigua compañera de instituto. Siempre le había encontrado atractivo y creía que antes de decirse adiós debían pasar página. Se sintió mal durante semanas. No podía ni mirar a Elena a los ojos. Se despreciaba. Ese sentimiento no cambió cuando llegó otra, en un congreso en Sevilla. Y otra. Y esta morena que no sabia como se llamaba, una niña de 22 años que conoció en una discoteca. Donde había ido expresamente a ligar. Él. Él que siempre había ido el amigo y confidente, ahora era tan cerdo como los demás.

No podía negarlo, se sentía un poco orgulloso de eso.

-Tío, ¿estás vivo o que?
Y ahí estaba de nuevo, en la cama de un hotel anónimo, con una cría que no servía para nada arriesgando todo lo que tenía por follar un poco. Por sentirse guapo. Sabe dios porque ostias. Se odiaba. Era un monstruo.

-Anda, ven aquí, que ya te he dado bastante descanso - le dijo a la chica morena.
-¿Ah, sí, viejete? A ver... - Ella trepó por su pecho, besándolo, besándo su cuello empapado en sudor, hasta llegar a sus labios.

Era un monstruo. Podía vivir con ello.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Reconstruyendo

Tras vomitar a un escaso medio metro del portal donde se sentaban, ella regresó tambaleando a su lado. Se sentó como pudo, en la parte del portal que le había dejado libre, y se apoyó sobre su hombro, con la cara hacia arriba, el rimel corrido por las lágrimas. Deshecha. Había estado llorando desde que su exnovio, Juan, le había dedicado un par de gritos en el bar de siempre (bar en el que ella sabía que estaba, y por el que se había dejado caer por casualidad) y del que había salido corriendo. Y él detrás, claro. Como no.

"¿Por que... por que no...?" intentaba murmurar. "Shhhhhh." La acunó con un brazo, poniendola cómoda. "Tranquila." Estaba demasiado borracha para rechistar. Cerró los ojos y se perdió en su borrachera. Mientras él la sujetaba, sacó un chester con la otra mano, se lo colocó en los labios y lo encendió. Hoy tocaba guardia.

Empezó a recordar como había conocido a Silvia. Hacía un par de años, o tres. Amiga de la uni. Posiblemente le había echado el ojo a su amigo Juan ya en la universidad, cuando le venía a buscar para echarse unos ordagos con acomañamiento de cerveza. Pero era simpática, lista, y tenía unas tetas como dos soles, para que negarlo. Asi que se hicieron amigos. Si es cierto que en un principio lo que quería era tirársela, pero el ser amigos tampoco era mal segundo premio. Tras 6 meses de amistad, e introducirla en su grupo de amigos, Juan, que en estos temas era más listo que él, le echó el lazo enseguida y con actitud profesional había conseguido una muesca en el cargador en apenas dos semanas.

Aquello no podía durar, claro. Juanillo siempre había querido cosas de la vida que a otros les parecían sueños infantiles, como vivir un año en Australia o hacer el camino de santiago solo. Silvia era peso muerto y al final se deshizo de ella de forma un poco brusca. Nunca le había dado esperanzas, pero al estar enamorada, le resultaba difícil entender que no iva a cambiarle. Y cuando el mundo se le vino encima, volvió a su amigo del alma con el corazón roto y el amor propio deshilachado.

Ahora tocaba reconstruir. Rehacer la pobre muchacha que acababa de vomitar a su lado en la chica risueña y mimosa que había conocido. Llevaría meses, meses de cafés, de asegurarle que era preciosa, que él no le merecía, de sacarla de casa a rastras para que viese a más gente (a más tíos, que coño) de confesiones por ambas partes, de ternura y cariño, de ser almas gemelas e inseparables.

No se engañaba. Sabía que si le había hecho su confidente, no era solo porque fuesen amigos. Quería un apoyo, sí, pero también un espía, y una excusa para volver a ver a Juan. Para ver si cambiaba. Le divertía como las chicas proyectaban sus deseos en los tíos que les gustaban. Tíos que, en caso de cumplir sus expectativas, ya no serían el tipo de hombre que les gustaba.

Había tenído muchas como ella, amigas cercanísimas, de las que te llegaban al alma, que luego, tras haberlas puesto de nuevo en pleno funcionamiento, encontraban al hombre de su vida y si te he visto, no me acuerdo. Incluso volviendo la vista atrás, ni veían a su amigo, su apoyo y roca, sino como ellas mismas salieron del bache con dos ovarios y fuerza de voluntad. Se había acostumbrado a apreciar a estas chicas (Ya llevaba cuatro, cinco con Silvia), a disfrutar de su amistad y, cuando alzaban el vuelo, a hacerse cortesmente a un lado y seguir con su vida. Después de todo, ellas le llenaban de una forma que sus amigos hombres no podían. Alcanzaba sentimientos que entre hombres no se hablaban. Era justo.

Miró a Silvia, sentada en el portal, borrachísima. Se levantó, la tomó de las manos y la hizo levantarse. La tomó en sus brazos, para asegurarse de que no se cayese. "Vamos al baño del Charly, anda. A ver si te arreglamos un poco, que no veas como estás."