lunes, 10 de diciembre de 2007

Reconstruyendo

Tras vomitar a un escaso medio metro del portal donde se sentaban, ella regresó tambaleando a su lado. Se sentó como pudo, en la parte del portal que le había dejado libre, y se apoyó sobre su hombro, con la cara hacia arriba, el rimel corrido por las lágrimas. Deshecha. Había estado llorando desde que su exnovio, Juan, le había dedicado un par de gritos en el bar de siempre (bar en el que ella sabía que estaba, y por el que se había dejado caer por casualidad) y del que había salido corriendo. Y él detrás, claro. Como no.

"¿Por que... por que no...?" intentaba murmurar. "Shhhhhh." La acunó con un brazo, poniendola cómoda. "Tranquila." Estaba demasiado borracha para rechistar. Cerró los ojos y se perdió en su borrachera. Mientras él la sujetaba, sacó un chester con la otra mano, se lo colocó en los labios y lo encendió. Hoy tocaba guardia.

Empezó a recordar como había conocido a Silvia. Hacía un par de años, o tres. Amiga de la uni. Posiblemente le había echado el ojo a su amigo Juan ya en la universidad, cuando le venía a buscar para echarse unos ordagos con acomañamiento de cerveza. Pero era simpática, lista, y tenía unas tetas como dos soles, para que negarlo. Asi que se hicieron amigos. Si es cierto que en un principio lo que quería era tirársela, pero el ser amigos tampoco era mal segundo premio. Tras 6 meses de amistad, e introducirla en su grupo de amigos, Juan, que en estos temas era más listo que él, le echó el lazo enseguida y con actitud profesional había conseguido una muesca en el cargador en apenas dos semanas.

Aquello no podía durar, claro. Juanillo siempre había querido cosas de la vida que a otros les parecían sueños infantiles, como vivir un año en Australia o hacer el camino de santiago solo. Silvia era peso muerto y al final se deshizo de ella de forma un poco brusca. Nunca le había dado esperanzas, pero al estar enamorada, le resultaba difícil entender que no iva a cambiarle. Y cuando el mundo se le vino encima, volvió a su amigo del alma con el corazón roto y el amor propio deshilachado.

Ahora tocaba reconstruir. Rehacer la pobre muchacha que acababa de vomitar a su lado en la chica risueña y mimosa que había conocido. Llevaría meses, meses de cafés, de asegurarle que era preciosa, que él no le merecía, de sacarla de casa a rastras para que viese a más gente (a más tíos, que coño) de confesiones por ambas partes, de ternura y cariño, de ser almas gemelas e inseparables.

No se engañaba. Sabía que si le había hecho su confidente, no era solo porque fuesen amigos. Quería un apoyo, sí, pero también un espía, y una excusa para volver a ver a Juan. Para ver si cambiaba. Le divertía como las chicas proyectaban sus deseos en los tíos que les gustaban. Tíos que, en caso de cumplir sus expectativas, ya no serían el tipo de hombre que les gustaba.

Había tenído muchas como ella, amigas cercanísimas, de las que te llegaban al alma, que luego, tras haberlas puesto de nuevo en pleno funcionamiento, encontraban al hombre de su vida y si te he visto, no me acuerdo. Incluso volviendo la vista atrás, ni veían a su amigo, su apoyo y roca, sino como ellas mismas salieron del bache con dos ovarios y fuerza de voluntad. Se había acostumbrado a apreciar a estas chicas (Ya llevaba cuatro, cinco con Silvia), a disfrutar de su amistad y, cuando alzaban el vuelo, a hacerse cortesmente a un lado y seguir con su vida. Después de todo, ellas le llenaban de una forma que sus amigos hombres no podían. Alcanzaba sentimientos que entre hombres no se hablaban. Era justo.

Miró a Silvia, sentada en el portal, borrachísima. Se levantó, la tomó de las manos y la hizo levantarse. La tomó en sus brazos, para asegurarse de que no se cayese. "Vamos al baño del Charly, anda. A ver si te arreglamos un poco, que no veas como estás."

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