miércoles, 26 de diciembre de 2007

Monstruo

Después de que el orgasmo recorriese su cuerpo, haciendo que durante un dulce segundo su mente quedase en blanco. Después de dejarse caer sobre las sábanas, y sentirlas frías contra su piel sudada. Después de que la morena (¿Como coño se llamaba? ¡Joder!) se acurrucase sobre su pecho, mientras normalizaban sus respiraciones. Después de todo ello, el primer pensamiento que cruzó su mente fue: -Soy un monstruo.

-Eres un fiera, ¿lo sabías?- La chica morena le miraba a los ojos, con una mezcla de dulzura y deseo. No se había dado cuenta de que llevaba un rato mirando al techo. La miró a los ojos, dulcemente. -Pues tu eres una diosa. Y la besó en los labios, con ternura. Apostaba la cabeza a que no estaba acosumbrada a que la tratasen así. Se le notaba que se había pasado la vida entre tíos problemáticos, por decirlo de alguna manera. Ella volvió acurrucarse en su pecho. Como lo hacía su novia, después de hacer el amor.

Sin embargo, cuando Elena y él hacian el amor no era tan enérgico, tan animal. Era algo pausado, familiar. Cálido. Con las demás, líos de una noche en ciudades anónimas, era de otra forma. Más salvaje, más apasionado. Más variado y sorprendente. Más nuevo. Pero más vacío, más... estúpido.

Su primera infidelidad fue hace unos tres años, con una antigua compañera de instituto. Siempre le había encontrado atractivo y creía que antes de decirse adiós debían pasar página. Se sintió mal durante semanas. No podía ni mirar a Elena a los ojos. Se despreciaba. Ese sentimiento no cambió cuando llegó otra, en un congreso en Sevilla. Y otra. Y esta morena que no sabia como se llamaba, una niña de 22 años que conoció en una discoteca. Donde había ido expresamente a ligar. Él. Él que siempre había ido el amigo y confidente, ahora era tan cerdo como los demás.

No podía negarlo, se sentía un poco orgulloso de eso.

-Tío, ¿estás vivo o que?
Y ahí estaba de nuevo, en la cama de un hotel anónimo, con una cría que no servía para nada arriesgando todo lo que tenía por follar un poco. Por sentirse guapo. Sabe dios porque ostias. Se odiaba. Era un monstruo.

-Anda, ven aquí, que ya te he dado bastante descanso - le dijo a la chica morena.
-¿Ah, sí, viejete? A ver... - Ella trepó por su pecho, besándolo, besándo su cuello empapado en sudor, hasta llegar a sus labios.

Era un monstruo. Podía vivir con ello.

No hay comentarios: