miércoles, 6 de febrero de 2008

Una cometa, sujeta con hilos

Apoyado en la barandilla de la playa, miraba hacia el mar. Esta vez, no había podido volver a la playa en dos días. Su familia, sus amigos, todos reclamaban su atención cuando volvía al pueblo. Es curioso, podía pasarse meses en Valladolid, pero era volver a Galicia y n cuanto oía hablar a su padre, recuperaba el acento. Recuperaba tantas cosas...

Nunca entendió porque a la gente le desagradaba la nostalgia. Para él, era como un jersey viejo. Cómodo, con olor a hogar. El recuerdo de lo que has sido, la unión con lo que aún eres. Le gustaba. Le gustaba llegar, dejar las maletas, abrazar a su madre, sentir la humedad en el aire, recordar lo que no recordaba que le faltaba.

Vió la cometa cuando se giraba para marcharse. Se quedó clavado. A lo lejos, en la otra punta de la playa, una mujer hacía volar una cometa contra el feroz viento gallego.

Marta.

El sentimiento volvió como un puñetazo. El quedarse inmovil. La sorpresa, recorriendole cada nervio, cada músculo. Y aquello que aun sentía por ella, que ni sabía que era ni un carajo le importaba. Solo sabía que era más fuerte que él.

Hacía ya cinco años. Cinco años desde que se fué, sin un adiós. Pero con muchos hasta luegos. De vez en cuando, ella volía a asomar la cabecita en su vida, justo cuando creía olvidarla. Aunque en el fondo de su corazón sabía que no podía hacerla feliz, sentía el impulso de echarse a correr hacia ella. No para abrazarla o besarla. Solo para decir hola. Para volver a oír su voz. Dios, cuanto le gustaría oir su voz. Y decirle que estaba bien. Que no pensaba en ella, ni nada, y que le iban muy bien las cosas, gracias, y ¿a tí que tal? A veces, incluso era cierto.

Pero era ella. Incluso estando con otra mujer, ella había sido el antes y el después. La persona que le había hecho más feliz y desdichado del mundo. Y el hecho de que ella pudiese eliminarlo así, como si tal cosa de su vida, fue lo que más le dolió. Lo que más le duele, aún.

Se dio la vuelta, y se encaminó a casa, dando la espalda a los barcos pesqueros, las gaviotas, la cometa sujeta con hilos que no podía alejarse demasiado. Su madre estaría haciendo la cena, y la verdad es que tenía hambre.

A veces, no decir nada es la mejor última palabra.

2 comentarios:

Cassandra Beltari dijo...

Cada vez me gusta más el estilo. Se nota cuando son las tripas las que escriben. ^^U

Y sí, es cierto, creo que casi mejor dejarlo todo como está, no sea que al toquetearlo otra vez se joda la estructura y encontremos todos los sentimientos pisoteados por el suelo.

¡Por fin te pongo un comentario!
el primero de muchos, seguro.^^

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.