lunes, 13 de agosto de 2007

Respirar

Conducía por la autopista con fuerza. Agresivo. Sin importarle a donde iva, en realidad. Solo quería irse. Tenía la cara rígida, mientras movía el volante con ambas manos, sin radio, sin interrupciones. Solo el ruido del motor, que subía y bajaba su rugido a medida que le inyectaba más o menos fuerza. No maldecía cuando se veía obligado a reducir la marcha por un camión. No se enfadaba cuando un coche salía de repente a su paso, imprudentemente. No podía odiar a esos conductores. Tal vez otro día. Hoy tenía demasiadas cosas en la cabeza.

Al final tuvo que parar. Era inevitable. Llevaba 3 horas y pico al volante y el cuerpo le pedía tregua. Así que salió del coche y se metió en un pueblecito que no conocía y al que jamás volvería. Un puñado de casas, un bar y poco más. Ni siquiera un paisaje con encanto. Que triste era Castilla, a veces.

Sabía que no tenía motivos para estar enfadado, triste o como fuera que estuviese. Pero era lo que había. Lo que uno siente no tiene porque tener sentido. Lo siente y punto. Ya e había mentido a sí mismo muchas veces a lo largo de su vida. Esta vez tendré suerte. Ahora cambiaré mi vida. Esta mujer sí que me quiere. Mentiras.

El mazazo vino cuando les vio besarse. Hasta entonces podía fingir que no era lo que pensaba. Que el tiempo que pasaban juntos era porque eran amigos. Que el que ella recordase donde se habían conocido era una muestra de cariño. Que la risa floja que le salía era solo muestra de su infinita inocencia. Siempre se mentía a si mismo. Cada vez.

Y no tenía motivo para sentirse así. Solo la conocía desde hacía un més, después de todo. Solo habían compartido una docena de cafés, aunque habían conectado al instante. A pesar de andar ya por los treinta, eran muy cariñosos y les encantaba compartir chistes tontos, cotilleos y abrazos. Cuando cruzaban Madrid, abrazandose juntos, él se sentía interesante, listo, incluso hasta guapo. No estaba enamorado de ella, pero le gustaba. Era guapa, le hacía reir y tenía un interés absurdo hasta por la cosa más nimia, hasta aprenderla y dominarla. Flirteaban inocentemente. Le hacía sentirse especial, y no había pasado eso desde hace mucho tiempo.

Fue Ivan quien se la presentó. Hacía un par de años que se conocían y tembién se habían caído bien. En una fiesta en su casa. Y fue también quien ganó la carrera que ni sabía que estaba disputando. Y ahora se habían besado, estaban juntos, y la dinámica había cambiado. Había pasado de ser el más importante a un secundario entre muchos. Se acabó. Fingir que no era inutil.

Ambos no lo sospechaban siquiera. Ivan no tenía idea de que su amigo ahora, aunque no lo admitiese, le odiaba por habérsela arrebatado. Ella no sabía que una parte de él quería llorar por haber perdido la posibilidad de tenerla. Y sin embargo, asi era.

No la amaba. Estaba seguro. Aun no. Con el tiempo tal vez. Ya no era un crío para pensar que el cielo se abre cuando conoces a alguien para no cerrarse nunca más. Pero había aprendido a ver las señales de aquellas mujeres con las que podía conectar. Y hubiese podido. Facilmente.

Estaba delante de una coca cola que ni recordaba haber pedido. Tenía la mirada clavada en el espejo. La camarera le miraba como si estuviese zumbado. Ya estaba bien. Eran sus amigos. Los dos. No se había declarado a ella, si le había pedido a él que se hiciese a un lado. Nada. Solo estaba tontamente celoso porque le habían quitado era lo que le había hecho olvidar la primera ley del universo. No era la gravedad, ni la relatividad ni la velocidad luz. La regla número uno del universo era que ninguna mujer en el mundo se había sentido atraída hacia él. Jamás. Había tenido novias, que le amaron por ser un compañero tan comprensivo y atento. Había tenido sexo de una noche, de despecho o borrachera. Pero jamás una mujer se había quedado plantada mirándole y le había deseado. No sabía que buscaban las mujeres, pero sí tenía claro que no era lo que él tenía.

Salió del bar, y se puso de nuevo las gafas de sol. Respiró, profundamente. Se sentía mejor. Lo superaría en un par de días, como siempre. Lo gracioso era que lo haría con la ayuda de sus amigos.

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