martes, 14 de agosto de 2007

El baile cambia

-No.

Una vez pronunciada, la palabra sorprendió a ambos. Esto no era lo que pasaba. Habían bailado ese baile mil veces. Era una parte de su amistad, como los partidos de la superbowl que veían juntos cada año o el hacer planes para ir al próximo mundial, que nunca llegará realmente. Era una rutina bien definida.

Carlos llamaba a Enrique, más o menos a fin de més, para tomar una cerveza. Quedaban el viernes por la tarde, cuando la novia de Carlos iva a ver a sus amigas, e ivan al mismo bar a tomar cervezas. Carlos llegaba en coche de las afueras, Enrique iva en metro desde el barrio de salamanca, después de haberse quitado el traje y puesto algo más cómodo. Ambos vestían con ropa de marca, massimo dutty y similares. Polos lisos y pantalones de pinzas.

Se plantaban en su mesa de siempre, Carlos flirteaba un poco con la camarera, una joven de 24 años, demasiado tímida como para que hiciese algo más que mirar al señor a quien servía colorada. Pedían un par de cervezas de barril y charlaban del trabajo mientras esperaban.

En la primera cerveza, terminaban de ponerse al día sobre su situación laboral y empezaban con el futbol, con el colegeo típico entre personas del mismo equipo. En la segunda, pasaban a hablar de mujeres en general, y sobre las últimas que había conquistado Enrique, o al menos estaba en ello. Carlos bromeaba sobre lo buena que era la vida de soltero. En la tercera, algún silencio y chistes verdes. La cuarta recordaba la época del instituto, cuando se conocieron.

El problema venía en la quinta. Cuando Carlos, infaliblemente, se quejaba de su novia, con la que llevaba más de 5 años. No me entiende. Me estresa. No me deja en paz. Una y otra vez, y hasta que se ivan a sus casas. Sin parar. Siempre los mismos problemas de dos personas que, realmente, no quieren estar juntas. El mismo baile una y otra vez. Y siempre terminaba igual. Delante de la estación de metro, se despedían y, al darse la mano, Carlos le decía, "ya verás, como siga así la dejo."

-No.

Aunque no podía creer que al fin se lo había dicho, tras superar su sorpresa, decidió que ya estaba bien.

-Nunca la dejarás. Jamás. Porque en el fondo crees que si la dejas jamás volverás a conseguir otra mujer que te quiera, o al menos te soporte. Y eso es porque, en el fondo, no crees merecerte a nadie. Porque no te gustas, tío. No te gustas para nada.

Carlos apenas podía dar crédito a lo que oía. Se quedó un rato con la boca un poco abierta, y al final masculló, "joder, como te pasas." Dejo pasar un rato más, le dió la mano y se despidió. "Venga, ya nos llamamos."

No era motivo para dejar de hablarse. Pero esta vez tardaron un par de meses más en verse.

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