miércoles, 13 de agosto de 2008

Felicidad

La idea la golpeó en la ducha. Levantó su cabeza, que había dejado caer entre sus brazos para que el agua de la ducha, fuerte, le golpease el cuello. Miraba hacia delante, pero ni siquiera veía la pared. Ya estaba. Podía funcionar.

Salió apresuradamente de la ducha, envolviendo su larga melena negra en una toalla y colocándose el albornoz blanco sobre su cuerpo aun empapado. No tenía tiempo para dejar que se secase. Gracias a dios ese fin de semana había traído el portátil del trabajo a casa, para poder adelantar algo de trabajo y, siempre previsora, lo había colocado en el salón en vez de en su cuarto. Sabía que se despertaría antes que Dani, así que había preferido no tener que volver a entrar en el cuarto a por él.

Abrió la tapa con rapidez y pulsó el botón de encendido. Sus uñas repiqueteaban en la mesa mientras cargaba el sistema operativo. Con la destreza de quien ha realizado una tarea muchas veces, en poco tiempo había arrancado el servidor, para desplegar los cambios que se le habían ocurrido, y el editor del código. Abrió las clases en las que llevaba cuatro días trabajando y comenzó a modificarlas.

El problema era la configuración de los tiempos. Cada determinado periodo de tiempo debía ejecutarse uno de los procesos automáticos que actualizaban la base de datos, pero el cliente quería ahora que estos no comenzasen hasta que hubiese pasado determinado periodo de tiempo, así que las expresiones Cron estaban descartadas… a menos que hubiese otro proceso por el medio que las actualizase cuando se hubiese cumplido una hora. No era complicado, en realidad. No es que fuese la solución más elegante, pero el plazo de entrega estaba a punto de cumplirse, y ya se lo habían retrasado una vez.

No se dio cuenta del tiempo que había pasado hasta que el sol cruzó por la ventana a mediodía y le dio en los ojos. Los entrecerró un poco. No podía parar ahora. Escucho calmada los pasos que venían del pasillo hasta el salón, y sintió la cálida mano de Daniel en su hombro. Casi inconscientemente, dejó caer su cabeza sobre ella, sin dejar de mirar a la pantalla. Era extraño. Todos los novios y amigos que había tenido hasta entonces la habían tachado de fría, de ser poco cariñosa, pero con Daniel le surgía de una forma natural.

-Has dado con ello, ¿eh?
-Sí. No es muy bonito, pero compila. Aun falta probarlo, claro.

El descendió con suavidad y la besó en la cabeza.

-Sabía que darías con ello en cuanto dejases de pensarlo. ¿Café?

Ella asintió y volvió a lanzarse sobre el teclado, mientras el hombre que había conocido hacía apenas un año se adentraba en la cocina y abría el frasco del café. Ella siempre lo guardaba en la nevera, para que durase más tiempo fresco.

Daniel… Dani había sido una sorpresa, desde luego. Cuando le conoció, con su melenita y cuerpo atlético, no la había impresionado. Y mucho menos durante la cena en casa de unos amigos comunes, en la que explicó la vida del surfista profesional. Un relato que ella sospechaba había ido puliendo con el tiempo. Sin embargo, era uno de los pocos a los que no intimidaba. Ni su ingeniería superior, primera de su promoción. Ni su carácter práctico y sincero.

Cuando la invitó a salir fue una auténtica sorpresa. Ni siquiera supo porque aceptó. Desde luego no era su tipo. Pero Daniel resultó ser una caja de sorpresas. No le importaba que ella ganase más dinero, ni que fuese a veces claramente más inteligente que él. Hablaban durante horas, o más bien la escuchaba durante horas. De informática, opera, literatura, neurología… Y la escuchaba interesado, ansioso por aprender. Su curiosidad parecía no tener fin, y no se “cortaba” como decía él, para preguntarle aquello que no comprendía. De la cena pasaron a los museos, a los conciertos, a todo. Pero fue tras una tarde de cañas en Malasaña con sus amigos, que tenían una relación tan estrecha que le resultaba rara, cuando la besó por primera vez. Cuando pasaron su primera noche juntos.

Daniel dejó el café al lado del ratón y se sentó en la mesa de la cocina, mirándola con ternura. Ella le sostuvo la mirada, dulce, y le dedico una sonrisa. Se sentía, aún, como una niña cuando estaban juntos.

-¿Qué te apetece hacer esta tarde? Podemos pasarnos a ver a Miky, si quieres.
-A Miky puedo verle cuando quiera. Prefiero verte a ti.

Ella se levantó y le besó con suavidad, un beso largo y profundo. Por primera vez en su vida, era feliz.

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