miércoles, 20 de agosto de 2008

Después de tantos años

Sintió casi al instante como la sangre le llegaba al pene en cuanto oyó aquellas palabras. “Necesito sexo esta noche.” Sonrió, y pensó para sí, “Relájate, grandullón, que aquí no hay nada que rascar.” Estaban sentados encima de una cómoda, que en aquel garito ambientado como una casa antigua se usaba normalmente para dejar los abrigos o las copas, uno junto al otro. Usó el dedo índice para ajustarse las gafas, empujándolas hacia arriba desde el centro, y se volvió para mirar a Susi sonriente. “¡Bienvenida! Así es como me siento yo cada día.”

Había conocido a Susana en tercero de BUP, hacía ya… uf, casi mejor no pensarlo. Por aquel entonces era el típico empollón de amigos raros que se pasaba la vida con los videojuegos, el rol y los libros de Stephen King. Ella se sentaba a su espalda. No tenía demasiadas amigas, les resultaba demasiado agresiva. Sobre todo para el tema de los rollos y esas cosas. Hablaba mucho de enrrollarse con fulanito, o de lo que le ponía menganito, y en los pasillos del instituto muchos la calificaban de calientapollas.

Con el tiempo se fueron cayendo bien. No era una chica difícil de entender, realmente. Al igual que él usaba los chistes como mecanismo de defensa, ella hablaba sin tapujos de sexo básicamente para lo mismo. Para llamar la atención. Él, por otra parte, con su complejo de pringado, estaba totalmente convencido de que jamás habría nada entre ellos, así que podía hablarle como si fuera un amigo más.

Con el tiempo, empezaron a quedar fuera del instituto. A ella también le apasionaba leer, así que intercambiaban libros y cafés. Jugaban a ser adultos juntos. Ella comenzó a tener novios, pero siempre guardaba un día o dos al mes para quedar con él. Fue su primera amiga, la primera de muchas. Todas le veían inofensivo, así que se abrían a él. Le molestaba un poco, cada vez que una chica preciosa (o no) le miraba a los ojos y le decía lo típico. “Necesito un tío que me comprenda.” Como él, vamos. Pero que estuviese bueno.

Compartieron grupos de amigos. Como hoy, que habían salido con sus amiguitas. Estaban en la pista, bailando aquella machacona salsa, y habían aprovechado para perderse un poco y tener una de sus larguísimas conversaciones. Como siempre. Ella siempre había estado cuando la había necesitado, y viceversa. Y sabía, a base de práctica, cuando quería un abrazo o un cariñito sin pedírselo. Aunque los años habían hecho de él un hombre diferente, había partes de sí mismo a las que sabía llegar sin problemas.

Cogió su Pampero con Coca-cola Light (Un gusto adquirido de crio, sugerido por su hermano mayor, que pensaba en la adolescencia que le hacía interesante) y le dio un trago largo. Luego pasó el brazo por encima de los hombros de Susi y la atrajo hacia sí. Ella se acomodó sonriente en su pecho y se apretó a él. “¿Te imaginas que me hubiesen sentado en tercero dos pupitres más hacia delante? ¿Cómo sería nuestra vida si no nos hubiésemos conocido?”

Ella levantó la vista, su cara estaba a pocos centímetros de la suya. Le miró a los ojos. Los suyos, marrones, parecían ser infinitos. “Ey”, le dijo. Y le besó.

En alguna parte de su mente, una voz gritaba que aquello era una mala idea, que estaba poniendo en peligro la amistad más importante en su vida, que podía hacerse daño, o peor, hacérselo a ella. Pero era una voz lejana, distante, mientras él se hundía en su olor, en sus labios, en la calidez de su costado.

No hay comentarios: